sábado, 2 de noviembre de 2013

EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO


El hombre en busca de sentido es el título de uno de los diez libros de mayor influencia en América.  Este libro lo escribió el Dr. Víktor Frankl, nacido en Viena en 1905, ciudad en la que fue catedrático de neurología y psiquiatría, entre otros muchos  cargos.

Durante la II Guerra Mundial, estuvo internado durante tres años en Auschwitz, Dachau, y otros campos de concentración. El Dr. Frankl nos explica en su publicación estrella, la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. (Psicoterapia centrada en el sentido). Su interés por la psicología de los internos en el campo. Y cómo pudo él, que todo lo había perdido, junto al padecimiento de todo tipo de calamidades y brutalidades sin fin, aceptar, que a pesar de todo, la vida fuera digna de ser vivida.
   
La vida siempre merece la pena ser vivida. Incluso a pesar de grandes catástrofes, o de haber perdido a seres queridos. También con el padecimiento de una gran enfermedad.  Estas desgracias como solemos llamarlas, en realidad forman parte de la vida. Y aunque llenos de dolor, las veamos injustas debido a nuestra gran ignorancia sobre la vida, en realidad ocurren porque sencillamente son una ley universal de vida (nada es para siempre).  Todas estas tragedias, enfermedades, y problemas de toda índole que vivimos o padecemos, en realidad no son sino oportunidades de crecimiento interior disfrazadas, para que desarrollemos una mayor conciencia  como seres humanos, y encontremos nuestro camino de evolución interior dando sentido a nuestra vida.Si no encontramos ese sentido a nuestra vida, no solo nos sentiremos vacíos, e infelices, sino lo que es peor, al final de nuestras vidas, tendremos la responsabilidad sobre nuestra conciencia, de ver como nuestra vida se ha consumado, y no hemos sabido para qué hemos vivido. 

“No es el sufrimiento en sí mismo el que hace madurar al hombre, es el hombre el que da sentido al sufrimiento”. 

El Dr. Frankl durante su primera noche en el lager (campamento), se conjuramentó consigo mismo, para no lanzarse contra las alambradas.  Ésta era la expresión típica de la jerga del campo, para describir el método más frecuente de suicidio: tocar la valla electrificada.   
Frankl a pesar de sufrir como un prisionero más, estudiaba las reacciones psicológicas de los internados en los campos.  Observó una apatía emocional que permitía permanecer impasible ante los continuos sufrimientos diarios.  El prisionero enseguida construía, gracias a esa insensibilidad, un caparazón afectivo que actuaba como un íntimo escudo protector, para desembocar posteriormente, en una gran apatía; síntoma típico de lo anterior, actuando como un mecanismo inevitable de autodefensa. 
            
El Dr. Frankl tenía especial dedicación, en ayudar a los que se encontraban en peores condiciones, es decir, a los enfermos que se les permitía quedarse en el barracón en vez de salir a trabajar. Le parecía más sensato intentar ayudar a sus compañeros como médico, que vegetar o perder la vida en un trabajo improductivo e inútil. 
            
Intuyó, cómo un hombre despojado de todo, puede saborear la felicidad, aunque solo sea un suspiro de felicidad.  Ahora estaba convencido de una cosa, algo que había aprendido demasiado bien: el amor trasciende la persona física del ser amado, y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo. Esta intensificación de la vida interior, defendía al prisionero contra el vacío, la desolación y la pobreza espiritual de su existencia actual, al tiempo que le permitía evadirse devolviéndolo a su vida pasada. 
A medida que la vida interior del prisionero se hacía más honda, apreciábamos la belleza del arte de la naturaleza quizá por primera vez, o con una emoción desconocida.  Bajo la viveza de esas vivencias estéticas, conseguían olvidarse de las terribles circunstancias de su entorno.                                               

Con el paso del tiempo en el campo, la desnutrición, el trabajo forzado, y los maltratos, hacen desaparecer por completo las últimas capas de grasa subcutánea de nuestros cuerpos, los cuales presentaban la apariencia de esqueletos disfrazados con pellejos y andrajos; se podía observar como los cuerpos se devoraban a sí mismos.  El organismo digería sus propias proteínas y los músculos se consumían.  El cuerpo se quedaba sin defensas.         
De vez en cuando, el Dr. Frankl levantaba la vista al cielo y contemplaba el diluirse de las estrellas, mientras su mente se aferraba a la imagen de su esposa, imaginándola con una asombrosa precisión.  En ese estado de embriaguez nostálgica se cruzó por su mente un pensamiento que le petrificó, “el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre”.       Percibe en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: “la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor”. 
Al Dr. Frankl le invade como a todo prisionero, la idea de evadirse del campo; pero por primera vez decide mandar sobre su destino.  A pesar de tener la posibilidad de fugarse con algunos de sus compañeros, decide no hacerlo.  Al expresar su inquebrantable resolución de permanecer junto a sus enfermos, desapareció su inquietud interior, ganando una íntima paz, una paz que jamás había experimentado. 
Las experiencias de la vida en un campo de exterminio, demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección.  El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física. 
       
Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: La última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe afrontar frente al destino, para decidir su propio camino.  Es decir: cada hombre, aun bajo unas condiciones tan trágicas, guarda la libertad interior de decidir quién quiere ser; espiritual y mentalmente.  La libertad interior jamás se pierde.  Y es precisamente, esta libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido. 
El talante con el que un hombre acepta su ineludible destino, y todo el sufrimiento que le acompaña la forma en que carga con su cruz, le ofrece una singularidad oportunidad, incluso bajo las circunstancias más adversas, para dotar a su vida de un sentido más profundo.  Aun en esas situaciones se le permite conservar su valor, su dignidad, su generosidad.  En cambio, si se zambulle en la amarga lucha por la supervivencia, es capaz de olvidar su humana dignidad, y se comporta poco más allá a como lo haría un animal.   
Cualquier situación difícil, ofrece al hombre una oportunidad para su enriquecimiento interior.  La libertad interior puede elevar al hombre muy por encima de su destino adverso.En multitud de ocasiones, como antes dijimos, son las circunstancias excepcionalmente adversas o difíciles, las que otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo. 
Algunos prisioneros del lager, en vez de aceptar las dificultades del campo como una prueba de su entereza humana, juzgaban su situación como un error o un paréntesis del destino, como algo privado de cualquier consistencia existencial.  Para estas personas, se oscurece el sentido de la vida; y esta acaba perdiendo todo su sentido. El prisionero que perdía la fe en el futuro, en su futuro, estaba condenado.  Con la quiebra de la confianza en el futuro, faltaban asimismo, las fuerzas del asidero espiritual; el prisionero se abandonaba y decaía, se convertía en sujeto del aniquilamiento físico y mental. 
Bajo las dramáticas condiciones de un campo de concentración, los reclusos deben proponerse una meta futura, un objetivo concreto que de sentido a su vida.  “El que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. 
Lo que de verdad necesitamos, es un cambio radical en nuestra actitud frente a la vida.  “En realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espere algo de nosotros”  Pensemos en lo que la existencia nos reclama continua e incesantemente, y no en lo que nosotros podemos extraer de ella. Vivir significa, asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta, a las cuestiones que la existencia nos plantea cumplir, con las obligaciones que la vida nos asigna a cada uno en cada instante particular.      
La terapia de Frankl, consistía en hacer comprender a sus compañeros, que la vida sí esperaba algo de ellos.  Esta unicidad y singularidad que diferencia a cada individuo, confiere un sentido a su existencia, se fundamenta en su trabajo creador, y en su capacidad de amar. 
La logoterapia de Frankl, se centra en el sentido de la existencia humana, y en la búsqueda de ese sentido por parte del hombre. La primera fuerza motivadora del hombre, es la lucha por encontrarle un sentido a su propia vida.  El hombre necesita algo por lo que vivir. Nada en el mundo ayuda a sobrevivir, aun en las peores condiciones, como la conciencia de que la vida esconde un sentido.  “ 
Los campos de concentración nazis, dan fe de que los prisioneros más aptos para la supervivencia, resultaron ser aquellos a quienes esperaba alguna persona, o les apremiaba la responsabilidad de acabar una tarea, o cumplir una misión (hecho confirmado con posterioridad, por los psiquiatras norteamericanos en Japón y en Corea).
El vacío existencial es un fenómeno muy extendido en nuestros días.  

El vacío existencial se manifiesta principalmente, en un estadio de tedio (aburrimiento).  Con frecuencia el vacío existencial se presenta bajo máscaras y disfraces.  A veces la voluntad de sentido, se compensa mediante la voluntad de poder, hasta en su expresión más tosca: la voluntad de tener dinero.  En otras ocasiones, el vacío de la voluntad de sentido se rellena con la voluntad de placer. Y eso explica que la frustración existencial, suela provocar un desenfreno libidinoso.  En este vacío existencial, germinan y florecen los procesos y mecanismos neuróticos. 
el hombre no debería cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que la vida le interroga a él.  En otras palabras, la vida pegunta por el hombre, cuestiona al hombre, y éste contesta de una única manera: respondiendo de su propia vida y con su propia vida.  
El sentido de la vida ha de buscarse en el mundo, y no dentro del ser humano. Cuanto más se olvida uno de sí mismo, al entregarse a una causa, o a una persona amada, más humano se vuelve, y más perfecciona sus capacidades.   
De acuerdo con la logoterapia del Dr. Frankl, podemos descubrir o realizar el sentido de la vida, según tres modelos diferentes: (1) realizando una acción, (2) acogiendo las donaciones de la existencia, (3) por el sufrimiento. Uno de los axiomas básicos de la logoterapia, mantiene que la preocupación principal del hombre, no es gozar del placer, o evitar el dolor, sino buscarle un sentido a la vida.   
El vacío existencial es la neurosis colectiva más frecuente de nuestro tiempo. Se describe como una forma privada y personal de nihilismo, y el nihilismo se define por la radical afirmación de la carencia de sentido del hombre. 
La vida es como un lienzo, si no lo pintamos, este no tendrá nunca ninguna obra. Con nuestra vida ocurre igual, no esperemos nada de ella, pues la vida en sí misma, no nos dará nunca nada.Nosotros somos los pintores de nuestra propia vida, y por tanto, los que tenemos que pintar en nuestro lienzo de vida.  Venimos al mundo a pintar ese lienzo.  Venimos al mundo para aportar algo a la existencia y disfrutar de ella. Venimos al mundo para amar y ayudar a nuestros semejantes, y no para que estos nos sirvan o  explotarlos.Venimos al mundo para colaborar con nuestro creador, crecer interiormente y evolucionar con conciencia. 
La profunda dignidad de sentirse un ser humano, está tan arraigada en la dimensión espiritual del hombre, que resulta imposible arrancarla incluso en las lacerantes condiciones de un lager. 
El Dr. Víktor Frankl, ha sido sin duda, uno de los mayores ejemplos de solidaridad y humanidad que han nacido en el siglo pasado. 
La vida siempre merece la pena ser vivida.   

Luis Ferrer Fernández

No hay comentarios:

Publicar un comentario