domingo, 28 de septiembre de 2014

Dietas para adelgazar: el secreto de la armonía

Era un señor tan delgado, tan delgado, que tenía que pasar dos veces la aduana para saber si había entrado en el país vecino. Era un tipo tan gordo tan gordo, que su ángel de la guarda tenía que dormir en otra cama. Gordos y flacos, bulímicos y anoréxicos de otros tiempo fueron asumidos como parte del patrimonio chistográfico de nuestro país sin mayor trauma. Pero los tiempos han cambiado. Y hoy se puede ser estúpido, presumido, displicente, hipócrita, ladrón, arrogante, tramposo, embaucador, corrupto, lo que quieras, menos gordo.

Para entendernos, una chica de hoy piensa que Marilyn Monroe estaba como un pandero, y no digamos nada las matronas romanas y las Venus de la cultura clásica. Para empezar no entrarían en las tallas medias que se venden en cualquier boutique. Y las Gracias de Rubens no encontrarían modelito para ellas ni en la sección de tallas grandes de El Corte Inglés. Lo que “mola” hoy es estar como Victoria Beckham, ese escurridizo manojo de huesos mal despachado, coronado por una displicente expresión de ajopuerro en forma de nariz.

El problema no es sólo que nuestra sociedad se mueva por códigos de apariencia y primer impacto, donde la simpatía, la bondad o la cultura cuentan muy poco si tienes lo que llaman un “cuerpazo”. Sino que los modelos por antonomasia son escobas caminantes que constituyen ideales inalcanzables para la gente joven y provocan auténticas desgracias físicas y psíquicas.

El fitness (por desgracia el término anglosajón se ha colado en nuestro léxico), el “estar en forma” tiene mucho pues de pura moda, de código icónico defendido por los diseñadores, la publicidad, el cine y la televisión.

Para lograrlo sólo hay dos caminos: no comer, o comer menos, y hacer ejercicio. Los extremos son enfermedades, pero para el ciudadano medio el camino es hacer una dieta.

Con medida, para estar bien, para que nuestro corazón funcione adecuadamente, para evitar la diabetes y los infartos, es adecuado llevar una dieta. El problema es que no todo es oro lo que reluce en los costosos planes de adelgazamiento, dietas-milagro y mitificaciones de algunos productos o alimentos. Hay toda una industria montada en torno a la alimentación y estética física. Por ejemplo, ahora todo tiene Omega-3, que reduce el colesterol (malo) por no hablar de otros ingredientes seudocientíficos que se anuncian mezclados con yogures, galletas y bebidas. La publicidad y el consumo se sirven de la obsesión dominante de estar bien y delgados para vendernos de todo. Afortunadamente algunos médicos nos recuerdan lo bueno que puede ser nuestro aceite de oliva o ingerir un puñado de nueces.

Aquí, entre las dietas-milagro y el cuidado racional del cuerpo vamos a intentar reflexionar sobre la manipulación en el que caemos. Que el tabaco hace daño es evidente, pero convertir el tabaco en el demonio negro que causa todos nuestros males, es olvidarse de otros tan peligrosos como la contaminación, la comida-basura y el consumo de alcohol, o simplemente conducir los fines de semana. En toda hipótesis es bueno ocuparse, no obsesionarse.

Del famoso mens sana in corpore sano parece que practicamos hoy sólo la segunda parte. Por ejemplo, hay gente que enferma por una dieta o una operación de cirugía estética, o que simplemente vive estresado, sin tiempo para hablar con su esposa e hijos, por dedicar demasiado al 'footing' o a un gimnasio. Quizás se quite la barriga, pero está a punto de que le salga una 'joroba psíquica' de mucho más difícil solución.

Quizás la mejor salida ya la apuntaba el sabio Pitágoras en este bello texto: “Si se os pregunta ¿en qué consiste la salud?, decid: en la armonía, ¿Y la virtud?, en la armonía. ¿Y lo bueno?, en la armonía. ¿Y lo bello?, en la armonía. ¿Y qué es Dios?, responded aún: la armonía. La armonía es el alma del mundo. Dios es el orden, la armonía, por la que existes y se conserva el universo”.

De modo que el arte de vivir es como coordinar dentro de nosotros una sinfonía, cuyos dos instrumentos más cercanos son el alma y el cuerpo. Ambos deben ser alimentados, templados sin excesos y sobre todo armonizados en buen concierto. Pero si falla el cuerpo o si este nos destruye y encabrita, no olvidemos que al final el jinete que lo domeña es sólo el alma, capaz de sublimar lo negativo y conducirnos, aún más allá de las limitaciones físicas, a la libertad, que es siempre interior.


PEDRO MIGUEL LAMET
Periodista, escritor y director de la revista Avivir, del Teléfono de la Esperanza

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