martes, 25 de noviembre de 2014

"PARA QUE NO ENTREN LOS DE FUERA..."

Hoy mi reflexión quiere ser una pequeña contribución a eliminar los tabúes y los mitos sobre la enfermedad mental.

Hace ya bastantes años, cuando comencé a trabajar en el mundo de la enfermedad mental, conocí a un enfermo en el psiquiátrico de Ciempozuelo (Madrid). Le llamaban Cristobalia pues afirmaba que era el mismísimo Cristóbal Colón. Recuerdo a este pintoresco enfermo vagar por los grandes patios del hospital psiquiátrico, con su larga barba y extravagante traje. En aquella época, el mencionado hospital estaba rodeado de un alto muro que daba la sensación más de cárcel que de hospital. A pesar de su locura, Cristobalia era un hombre dialogante y con un discurso fácil. Cierto día le pregunté: “Cristobalia, ¿para qué sirven las tapias de este manicomio?” Y de forma contundente y clara respondió: “Para que no entren los de fuera…” Esta fue la anécdota que por misterios de la mente he recordado cuando he comenzado a escribir estas líneas.

A lo largo de la historia de la humanidad, “el loco” se ha identificado con los “endemoniados”, “los poseídos”, “los embrujados”, y en alguna ocasión, con los tontos. Es decir, con seres que han perdido la capacidad de decidir y de actuar. Por esto, en alguna ocasión, se ha llamado a la locura la “patología de la libertad”.

Entre los mitos de nuestra cultura, respecto a la enfermedad mental, podemos señalar:

Es un enfermo estigmatizado y reprobado: somos comprensivos con el dolor, el malestar generalizado o, incluso, con una enfermedad incurable; pero nos sentimos desbordados por el enfermo fóbico, el depresivo, y no digamos por el esquizofrénico. Sentimos vergüenza ante un familiar diagnosticado con una enfermedad mental.

Es una enfermedad transmisible: es cierto que algunas enfermedades mentales (esquizofrenia y trastornos bipolares) pueden tener un componente genético (en la actualidad aún es desconocido), que puede predisponer (pero no determinar) a esas enfermedades, pero el resto del abanico de trastornos psíquicos (las neurosis, los trastornos de personalidad), el factor decisivo es el medio psicosocial en el que el individuo se desarrolla y, sobre todo, cómo cada persona ha elaborado las distintas experiencias familiares, sociales y personales.

Es una enfermedad incurable: no podemos meter en el mismo saco los cuadros psicóticos y los cuadros neuróticos o los trastornos depresivos; y, por tanto, habría que analizar cada enfermedad, sus características propias y su desarrollo para poder definir su incurabilidad o no. Lo correcto pues es decir, “esta persona tiene una depresión” (no es un depresivo), o esta otra “padece una esquizofrenia (pero no por eso es un esquizofrénico), son algunos ejemplos de la necesidad de utilizar un lenguaje correcto.

Locura es sinónimo de agresividad: generalmente los medios de comunicación son muy receptivos ante los acontecimientos agresivos (crímenes, suicidios, etc.), pudiendo transmitir la visión de que el enfermo mental es un ser peligroso. Sin embargo, en los más de treinta y cinco años de trabajar como psiquiatra, solamente en una ocasión sufrí una agresión por un enfermo mental, pero en este mismo tiempo me han intentado robar el coche varias veces, a mi hijo le han quitado el móvil y una vecina, hace unos meses, fue violada. Son hechos de la vida cotidiana y ninguno de sus actores tenía un diagnóstico psiquiátrico.

Por todo esto, recordando la anécdota de Cristobalia, y parafraseando su pensamiento, nos podríamos preguntar: ¿quiénes se tienen que defender de quiénes? Querido lector, para mí, como para Cristobalia, la respuesta es evidente… ¿y para ti?


ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra-Cofundador del Teléfono de la Esperanza

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