sábado, 20 de junio de 2015

EL INDIVIDUALISMO EN LA FAMILIA

Hace poco leí una muy buena nota periodística en que se calificaba la época actual como la era de la soledad. No la era de las comunicaciones, sino justamente, todo lo contrario: la del individuo solo frente al mundo. Es mas, yo agregaría, que es la era del individualismo más cerril.

El hombre, gracias en gran parte a los avances tecnológicos, cada vez realiza más actividades de una manera personal y en soledad: los viajes son menos colectivos y más individuales, los entretenimientos se realizan desde casa frente al ordenador . Incluso los estudios ya se realizan, en muchos casos, de esa misma manera, fomentando cada vez menos, con estos hábitos, la solidaridad, la cooperación e incluso, el intercambio (y variedad) de puntos de vista.

En el mismo sentido se desarrollan las relaciones familiares, antes semilla, origen y representación de la sociedad (con las salvedades y críticas que esto conlleva, en el entendido de que la familia es origen de muchas lacras sociales, también).
Pero lo cierto es que lo más frecuente es que la familia sea el lugar donde se enseñan y estimulan las mejores cualidades humanas: el amor, el deseo de protección, la empatía.

Familia que se está viendo afectada por esa tendencia social hacia la soledad: los hijos se convierten en lastres para sus padres, impidiéndoles, en muchos casos, su realización laboral. Es así, entonces, que para que los padres puedan congeniar trabajo y paternidad, los hijos son "abandonados" desde muy pequeños en instituciones especializadas, por varias horas, con el consiguiente perjuicio para la relación y, tal vez, para el futuro de esos niños.

Los padres mayores son un lastre para sus hijos, porque viven más años y no tienen cabida dentro de la familia nuclear, esto provoca el aislamiento, la soledad y la depresión en los ancianos, constituyéndose en todo un problema social.

Las parejas son un lastre unos para otros, porque a veces los trabajos exigen tanto tiempo que no queda nada para dedicarlo a la vida en común, de ahí la proliferación de divorcios y separaciones.

A esto sumemos la propaganda subliminal del cine de entretenimiento, que en muchos casos (películas de acción, por ejemplo) plantea la vulnerabilidad que significa el hecho de tener una familia a la que proteger: nuevo lastre.

Todos estos factores  nos coartan la libertad. Pero, ¿qué libertad? La engañosa que nos impone un sistema político y económico, a modo de zanahoria que nunca se alcanza, y reviste la forma de la consecución de bienes materiales que jamás son suficientes.

El individualismo y la soledad en un mundo cada vez mas poblado, tiene como denominador común la mitificación del trabajo y la realización personal a través del mismo, constituyéndose en la  gran paradoja de nuestro tiempo: menos oferta laboral, mayor índice de desempleados (una de las causas es la sustitución tecnológica del trabajador humano, aunque no la única), por un lado, y, por otro, la mitificación y adoración del trabajo como fuente de todas nuestras satisfacciones. Con el éxito (y el dinero) como premio, y el fracaso (y la pobreza) como castigo.

A esto se le suman las culpas, en la mayoría de los casos, por no lograr cumplir con el mandato social de éxito, como si eso dependiera pura y exclusivamente, de nosotros mismos. Por lo tanto, nunca culpabilizar al sistema, porque esto generaría rebeldía, no culpabilidad.

Hay una idea generalizada de que se ha llegado a un punto en que este estado de cosas es irreversible, que responde a una evolución natural, y que dar marcha atrás, seria, en todo caso, un retroceso.

Y lo sería desde el punto de vista técnico, pero no desde el punto de vista humano: la recuperación de valores sociales inherentes al hombre como animal social, que necesita para su desarrollo de los demás, de la relación de amor con los otros. Estoy a favor de un concepto más humano de familia, sin los roles marcados, inamovibles del pasado, pero que si recupere el tiempo para disfrutar de esa relación familiar. 

La educación, y, más específicamente, la educación creativa, a través del arte, tiene una influencia positiva sobre este tema. 

¿Por qué? Porque nos aleja de lo eminentemente práctico y nos remite a un mundo de abstracciones, fomentando la parte más humana, creativa e imaginativa del ser humano, que con un sistema de pensamiento de este tipo, da un paso al costado de esa vorágine que nos intenta tragar. Y se vuelve a un pensamiento y conducta reflexivos y críticos. 

Y no solo sobre el arte, sino sobre la sociedad toda. 
                                            
EL DIVÁN SOLIDARIO

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